Vivir en
sociedad es cómodo. Queramos o no, la sociedad nos tiene enmarcados y como tal
dependemos de ella más de lo que pensamos. Solamente el mero hecho de madrugar ayudados de un
despertador ya nos está condicionando. Ajustarnos a un horario nos somete a una imposición social que, sin
pensar, aceptamos.
La sociedad
está formada por individuos que si desean vivir dentro de ella permiten ser
enmarcados. Desde un punto de vista práctico no concebimos individuos enemigos
de la sociedad que impongan su necesidad particular ante el resto, pero sí
permitimos brotes de disconformidad puesto que es su misma filosofía la que
enfatiza al individuo contra la sociedad. Estos brotes, personalmente, los considero una defensa del individuo basada en los derechos propios que le son inalienables.
Históricamente
el individualista luchaba por la libertad contra la tiranía de los Estados, del
señor y del patrón. Los grandes
movimientos en favor de los derechos del hombre respondían a este movimiento
individualista del hombre contra la opresión, desembocando en regímenes democráticos
hoy consolidados. La democracia tiene conciencia de que cada uno de sus individuos posee derechos y
aplica sus leyes y normas a respetarlos,
dárselos a conocer y garantizárselos.
Desde mi punto
de vista, el individualismo, como tendencia filosófica, no es un vicio en sí, no lo considero un mal,
en cambio la abstracción de la persona de las demás sí. ¿Por qué?, preguntaran,
porque el individuo no elige donde nace y según estas circunstancias corre el
peligro de corromperse, de perderse, tiene el poder de transformarse en otra
cosa cuando hay un germen de falsedad o de maldad. Por consiguiente debemos redactar
y hacer cumplir leyes hechas por los hombres para defendernos de los hombres. Curioso, verdad…
Como
continuación a lo anteriormente escrito admitimos que para ser gobernados
debemos reconocer liderazgo y autoridad. El poder de hacerse obedecer que una
persona tiene sobre otra forma parte de nuestra relación humana (el cabeza de
familia, personal docente, un médico,
una junta de arbitraje, el poder ejecutivo y un largo etcétera).
La autoridad
no es poderío, ni derecho a mandar, sino una clase de influencia fundada en el
respeto y el conocimiento del que manda. Si tomamos un diccionario de latinismos esta
palabreja significa aumento, un plus de ejemplaridad de su condición humana
reconocido a aquél que mediante su conocimiento y esfuerzo ha prestado
servicios a la comunidad que han funcionado, y al que en su justa reciprocidad
la sociedad le considera engrandecido en su cualidad humana, dotándole de
reconocimiento moral capaz de dirigir la acción de otros.
Ejercerla
tiene su intríngulis ya que tiene mayor
relación con el sentido de acción que con el de fuerza bruta, es más hoy en día
aparece como una cualidad persuasiva que da legitimidad en su ejercicio y la
distancia del abuso.
Tendencias
modernas han politizado este aspecto hasta el punto de que su ejercicio está
tachado de autoritarismo y fascista, a menos que se proceda en nombre del
liberalismo de izquierdas que entonces la misma apreciación ya cambia.
Aceptamos la
autoridad porque creemos en el orden de las cosas, pero siempre entendiendo que
cualquier otro podía hacerlo igual o
mejor y que la autoridad no es un carisma especial que desciende sobre la
persona que manda. De sobra sabemos que
cuando el trabajo o la acción se hacen más difíciles y complejos, requiere una
mayor labor de equipo, es aquí cuando la autoridad (conocimiento, experiencia)
tiende a ejercerse con mayores miramientos y delicadeza.
Para concluir,
lo
que vale es la suma de individuos, el conjunto, el grupo, la colectividad. Las
leyes y sus reales decretos, los usos y costumbres de la zona, están a nuestro servicio y como tal las vamos
a manejar, teniendo en cuenta que por
ser ley no quiere decir que sea justa.
Vaya, que serio me ha puesto esto, así que,
atentos al semáforo que se abre.
El artículo: Pinceladas. fue realizado por ALCOHOLEMIA, NO
GRACIAS .
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